martes, 4 de noviembre de 2008

MAURO NO ERA FELIZ

Mauro no era feliz, y yo me rompía por dentro al verlo así, su infelicidad como la mía era irremediable, inconsolable, la suya casual, por la distancia, una distancia que aparecía y desaparecía como la luna y el sol cada día, la mía, a pesar de estar ahí, definitiva, porque yo lo quería.



Venía a mí, buscando un rincón a oscuras donde descargar su pena, se agarraba a mis piernas y con la cabeza en mi regazo, cerraba los ojos preparado para un viaje astral que lo transportara hacia su otro yo, veía su llanto y sus lagrimas que se escapaban y me mojaban, me empapaban, me calaban y yo cerraba los puños reprimiendo el impulso de besar ese sollozo que no me pertenecía, en esos momentos obligaba a mi memoria a recordar pensamientos ajenos que me transformaran en un ser por momentos impermeable “la amistad es más difícil y más rara que el amor, por eso, hay que salvarla como sea” decía Alberto Moravia o mi gran referente Shakespeare “los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba, engánchalos a tu alma con ganchos de acero”



Y como ganchos de acero, mi alma le sostenía en su dolor, aunque desgarraban mis pechos, y laceraran mi corazón, mi pesar se anestesiaba a la espera de poder gritarlo en soledad.


Mauro ya es feliz, mientras lo confortaba noche tras noche, mi plegaría repetida, imposible , se hizo realidad, y la luna y el sol se han unido,ya no se relevan y por un instante las distancias desaparecen, él ya está junto a su adorada.


Y allí desde donde se suceden la luna y el sol, la noche y el día , desde donde mi cuerpo lastra la rueda como freno que lo eternice, os contemplo y soy feliz

Imagen de Belem Psp de Méjico

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